Historia del municipio

Toponimia y apellidos para conocer la historia

Torres fue poblada de gentes cristianas que llegaron de las duras montañas de Borau, Aísa, Benabarre, Guara (Zamora), Laguarta, entre otros que dejaron sus procedencias en forma de apellidos, que hasta hoy han pasado de generación en generación.

El nombre del pueblo lo dice todo sobre su origen. Torres fue palabra empleada durante la conquista aragonesa del territorio. Los cristianos alzaban nuevos baluartes para dominar más territorios y Torres surgió para conquistar los importantes castros musulmanes de Fañanás, Blecua, Bespén y Antillón.

Patrimonio histórico

En el siglo XII se llamó Torres de García Jiménez.

En 1.193 apareció como señor un tal Montes de Torres que dio a la catedral de Huesca varias heredades junto a su hijo Marcos. En tal donación salvaguardó el castillo y sus pertenencias, que quedaron para el primogénito. Por tanto, el nombre de Torres de Montes podría venir de aquel propietario, que cedió su nombre para distinguirlo de otros municipios como Torres de Barbués o Torres de Alcanadre.

El pueblo, salvo el lapso de tiempo en que el rey confiscó la baronía de Castro, estuvo en manos señoriales.

Montearagón compró algunas propiedades en sus términos, unas directamente por el abad y otras a través del baile de Angüés, villa propiedad del cenobio. Los Castro mantuvieron su dominio, incluso les sirvió para titular como marqueses, pues Martín Bolea y Castro fue proclamado marqués de Torres a finales del siglo XVI, título y propiedades que pasaron a los Aranda y a los Híjar. La condición de viejos cristianos ayudó a los vecinos a mantener un estatus más flexible con el señor, ganando incluso un recurso contra sus impuestos en la Real Audiencia en torno al siglo XVIII. En esas fechas, las treinta casas pagaban sólo el noveno del trigo y quedaban además las granzas (granos que quedaban en la era después de trillar y que normalmente se daban a los animales) para ellos.

Siglo XVIII en adelante

Este siglo fue próspero y se amplió la iglesia por los pies, levantando un altar a San Roque. También se edificó la ermita de San Miguel que no aguantó más de un siglo y medio, a pesar de ser restaurada a comienzos del siglo XX. El ajuar eclesiástico se completó gracias a las desamortizaciones del siglo XIX, comprando en Huesca algunos retablos procedentes de conventos: el del altar mayor, Virgen del Rosario, era muy importante como advocación dominica, fundadores muchas veces de las cofradías de difuntos y de los montepíos que socorrían a los labradores en el infortunio. San Pascual Bailón era el santo que anunciaba la muerte mediante tres golpes en la pared y, por último, la Inmaculada y San Roque protegían contra las epidemias. Casa Mancho le dedicó fiesta familiar a la Purísima, casa Borau hacía lo propio con San Antón y el pueblo, el segundo día de fiesta, con San Antonio de Padua.

(Textos de M. Borau.)